Antes,
en las aldeas todas las familias trabajaban las tierras del feudo,
criaban animales, y además se fabricaban todo aquello que necesitaban,
como podían ser zapatos, vestidos, utensilios de cocina, o herramientas
para el trabajo. Es decir, todos hacían de todo, los hombres araban el
campo, pastoreaban ganado, elaboraban herramientas, y las mujeres daban
de comer a los animales, se encargaban de las tareas domésticas,
producían la ropa, el calzado. Naturalmente esto iba ligado a la idea de
autosuficiencia en la que uno producía para sí mismo, para el consumo
propio.
A
partir del siglo XI, con el aumento de la producción agrícola, el
crecimiento de la población y el renacer de las ciudades, el trabajo
quedó dividido en dos sectores. En primer lugar, la población que
permaneció en el campo conservó la forma de vida feudal y las tareas
agrarias. Los que se quedaron sin tierras ni espacio en el campo,
migraron a las ciudades y desarrollaron el comercio y la artesanía como
alternativa a la agricultura y ganadería.
La
vida urbana fomentó mucho el trabajo artesanal, y en seguida surgió una
nueva forma de entender el trabajo. El oficio de artesano pasó de ser
algo individual a un trabajo en equipo. Nacieron los gremios,
asociaciones de artesanos de un mismo oficio que se comprometían a
seguir unas normas comunes a todos ellos. Los gremios favorecían la
cooperación y la ayuda entre artesanos, y la transmisión y enseñanza del
oficio a nuevos aprendices artesanos.
Los
gremios establecían los precios de los productos, la cantidad máxima
producible, y las horas y días de trabajo. Con esto se quería evitar la
competencia entre los artesanos del gremio, pues consiguiendo que todos
vendiesen al mismo precio y que no elaborasen mayor cantidad de
productos, evitaban trifulcas en los mercados y ferias y conseguían que
no existiesen grandes diferencias económicas entre los artesanos del
gremio. Además, el gremio proporcionaba las materias primas a cada
taller, era el encargado de dar permiso para abrir nuevos talleres, y de
pasar el control de calidad a los productos elaborados en cada taller.
Dentro del gremio, los artesanos hacían una especie de cursus honorum,
similar a aquel que llevaban a cabo los magistrados romanos para subir
peldaños dentro de la administración de Roma. Debían comenzar desde
abajo, como aprendices. Estos solían ser niños, y firmaban un contrato
con el maestro artesano dueño del taller por el cual trabajarían a
cambio de alimento, alojamiento y la enseñanza del oficio. Tras varios
años de aprendizaje del oficio, el aprendiz estaba preparado para subir a
rango de oficial. Entonces se examinaba, y en caso de pasar dicha
prueba, se convertiría en oficial. Los oficiales trabajaban a cambio de
un sueldo de artesano, normalmente tenían su propia familia y vivienda,
pero no podían abrir su propio taller hasta convertirse en maestros
artesanos. Pero tenían que ganarse tal honor, tenían que demostrar su
maestría elaborando una pieza digna, una obra maestra. Entonces, si el
gremio lo aprobaba como tal, el oficial pasaba a ser maestro, y podía
abrir su propio taller, comprar sus propias herramientas, tener sus
propios empleados, y vender productos con su firma.
El
taller de un artesano, era casa, taller y tienda a la vez. Allí vivían
el maestro, los aprendices, y en muchas ocasiones los oficiales. En la
planta baja estaba la tienda y el taller, y todos los talleres del mismo
oficio solían estar en la misma calle.