El tiempo no debería dejar pasar ciertas cosas. Las grandes obras creadas por las manos de un hombre. Oficios que han pasado de padres a hijos durante años y que ahora ya han perdido su árbol genealógico. Ya no quedan manos de hijos donde depositar todo un talento.
Hablo de oficios que pese a mi juventud he ido viendo como cerraban persianas. Oficios que ya no daban más de sí, inútiles ante las leyes del mercado, impotentes frente a los nuevos medios de producción.
Los que aún quedan conservan el halo del pasado, sus lugares de trabajo se convierten muchas veces en una extensión del hogar, en pequeños santuarios, con sus recuerdos, con sus fotos, con su polvo acumulado. Cada nueva persiana que se cierra de estos lugares esconde y olvida una sabiduría acumulada durantes siglos.
Antonio. Tapicero
Antonio lleva más de cincuenta años trabajando en un pequeño local de la calle Misericordia, en el centro de Granada, con voz nostálgica pero a la vez orgulloso de poder contarlo afirma que “en esta calle estábamos trabajando como yo cinco o seis, yo soy el más antiguo de esta zona y hoy sólo queda otro ahí enfrente”. A sus sesenta y seis años debería estar ya jubilado pero reconoce que después de haber estado trabajando toda su vida es muy poco lo que se le queda, y además afirma que “aquí echo la mañana, ¿dónde iba a estar mejor?”.
El suyo no es un trabajo fácil, “hay que cargarse el tresillo a la rodilla y pesa”. Rodeado de sus pocas pero imprescindibles herramientas, entre la que destaca su máquina de coser, una joya que le acompaña desde que empezó y que nunca le ha dejado tirado, “ya no se fabrican cosas como las de antes” afirma, mientras mueve con soltura un tresillo.
Antonio no sabe cuál será su último trabajo, lo que si tiene claro es que sus hijos no seguirán con el negocio, “esto no tiene futuro”, comenta.
Hablamos, charlamos, pero sobre todo observo y escucho.
Enrique Morillas Garrido. Restaurador.
Enrique trabaja en la calle Buen Suceso. En esta calle antaño estaban los mayores y mejores oficios de Granada. Hoy, o han desaparecido, o se han readaptado a las nuevos tiempos.
El taller de Enrique es como los de antes, en él se respira olor a madera y barniz, mientras en la radio suena música clásica. Enrique es ebanista, pero ha aprendido a hacer de todo, por eso ahora prefiere definirse como restaurador.
Lleva toda la vida trabajando en esto, “antes no se podía estudiar como ahora y el oficio me lo enseñó mi padre”. Mientras charlamos lija y restaura unos cajones “esto hoy cuesta más restaurarlo que comprarlo nuevo”, comenta.
Llevo ya un rato charlando con él, el tiempo ha pasado volando con la conversación, cuando miro al reloj para saber la hora, el reloj está parado, metáfora de un oficio que un día se detuvo.